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¿Podría pensar una máquina?

8/10/2023

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A continuación se planteará una cuestión que en las próximas décadas cobrará plena actualidad y que en el momento presente lleva a reflexionar sobre aspectos fundamentales acerca de lo que es una mente y la relación con su soporte material. Curiosamente, fue un asunto que, en otros términos, ya Descartes abordó 400 años atrás. El planteamiento se basa en las siguientes referencias bibliográficas:

Churchland PM, Churchland PS. Un debate sobre inteligencia artificial: ¿podría pensar una máquina? Investigación y Ciencia 1990;162:28-24.

González J. Breve historia del cerebro. Barcelona: Crítica, 2010; p. 292-5.

Searle J. ¿Es la mente un programa informático? Investigación y Ciencia 1990;162:10-6.

En la década de 1940 se construyó el Electronic Numerical Integrator and Computer (ENIAC), el primer ordenador electrónico de propósito general. Pesaba varias toneladas y ocupaba una sala de casi 200 m2. Se componía de más de 17.000 válvulas de vacío y cada pocos minutos se fundía una de ellas, por lo que un grupo de operadores tenía que estar pendiente de reponerlas. 

Aunque el objetivo inicial era bélico, pronto se demostró que las nuevas máquinas eran algo más que simples «masticadores» de números. También se revelaron competentes en el manejo de información simbólica y hallaron nuevas y más elegantes soluciones a teoremas clásicos de la lógica matemática. Por un momento parecía que no había límites a sus posibilidades. En la década de 1960 se creía que hoy, en el siglo XXI, estaríamos rodeados de robots y máquinas inteligentes con las que nos comunicaríamos «de tú a tú», como hacemos entre los seres humanos. Para la psicología, los ordenadores constituyeron una nueva metáfora que ayudó a alumbrar al naciente paradigma de la psicología cognitiva. Términos de la cibernética como procesamiento de la información, acceso directo, memoria a corto y largo plazo, memoria de trabajo, etc. se trasladaron y aplicaron con naturalidad a la psicología cognitiva para describir aspectos del funcionamiento mental.

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​Lo cierto es que el desarrollo informático ha sido vertiginoso en términos cuantitativos. Cualquier ordenador personal contiene miles de veces el sistema informático de la National Aeronautics and Space Administration (NASA) que llevó al hombre a la luna. El saldo de los últimos 50 años ha sido una mezcla agridulce de éxitos y fracasos. Por una parte, las computadoras son capaces de vencer o hacer tablas con el campeón mundial de ajedrez o resolver sistemas de ecuaciones de miles de incógnitas y, por otra, no alcanzan al talento de un simple insecto para desenvolverse en un entorno cambiante. Esta dicotomía es el reflejo de dos formas distintas de trabajar: procesamiento serial en los computadores y paralelo en los cerebros. Hoy los científicos se conformarían con lograr construir vehículos de decisión autónoma que deambularan por la superficie marciana sin quedar encallados ante el primer obstáculo.

Pero dentro de algunos años podrán tener sentido algunas preguntas que ahora suenan a ciencia ficción, por ejemplo: ¿podría llegar a pensar una máquina? Ante esta cuestión, el filósofo de la mente John Searle hace una declaración previa:

​«¿Puede una máquina tener pensamientos conscientes en el mismo sentido en que los tenemos usted y yo? Si entendemos por “máquina” un sistema material capaz de desempeñar funciones (¿y qué otra cosa podría, si no, significar?), resulta que los seres humanos somos máquinas de una clase biológica especial y, como los seres humanos piensan, es evidentemente cierto que hay máquinas capaces de pensar.»

Aquí hay un debate entre diferentes posiciones de la que podría denominarse escuela filosófica californiana: por un lado, el filósofo John Searle, de la Universidad de California en Berkely, y, por otro, los esposos Paul y Patricia Churchland, de la Universidad de California en San Diego.

Todo va a depender de una cuestión más profunda, para la que no hay respuesta aún: ¿en qué consiste pensar? Si el pensamiento, y toda la vida mental asociada, es el producto de las conexiones entre millones de unidades elementales de procesamiento –neuronas–, y es precisamente la consecuencia de esas interconexiones, entonces podrían obtenerse tener resultados semejantes en cualquier sistema que incorporara la misma estructura de enlaces. Es posible crear chips que funcionen como neuronas individuales, y en un futuro podrían conectarse millones de ellos entre sí, configurando sistemas de estructuras.

Si el pensamiento surge como una propiedad emergente de millones de contactos que se intercambian información entre sí, y no como una propiedad de la materia que constituye a esos contactos, entonces habría que contestar afirmativamente a la pregunta que se está analizando. Porque en ese caso, el hecho de que esa complejísima estructura de interconexiones esté implementada en un tipo de materia u en otro se tornaría anecdótico. Sería irrelevante que las unidades interconectadas fueran de carne –materia orgánica– o de silicio, si realizaran las mismas funciones. Del mismo modo que las operaciones simbólicas y numéricas son las mismas sobre unos materiales u otros; 2 + 2 son 4 tanto en una calculadora de circuitos de acero como en otra de circuitos de cobre, de estaño, o de nervios de calamar, porque la esencia del cómputo no está en el material de los circuitos sino en cómo éstos se conectan entre sí (igual que un jaque mate sería el mismo con fichas de ajedrez de madera o de plástico). Insistiendo: si el pensamiento y las propiedades psicológicas del cerebro respondieran a esa lógica computacional, la materia de los circuitos no sería determinante y cabría imaginar máquinas artificiales con propiedades mentales. Ésta es la postura que defienden los esposos Churchland y quienes se encuadran en la denominada posición fuerte de la IA (inteligencia artificial).

Por el contrario, la posición de John Searle y sus seguidores tiene otro enfoque, en la denominada posición débil de la IA. Para Searle, el pensamiento es un producto biológico de un órgano particular, el cerebro, del mismo modo que la digestión lo es del estómago. El cerebro produce, «segrega» vida mental, al igual que el hígado segrega bilis o el páncreas insulina. Una máquina, un ordenador, podrían «simular» la inteligencia e incluso el pensamiento, pero esto no sería pensamiento real, del mismo modo que un ordenador puede simular la digestión, o la combustión de los hidrocarburos, pero esta simulación no es una combustión real que mueva a un coche. En fin, éstas son dos posturas claramente divergentes, en un planteamiento aún abierto.

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