La psicología cognitiva surgió en la década de 1950 como reacción al conductismo dominante de la primera mitad del siglo XX. Pronto demostró que los procesos mentales, desdeñados por los conductistas por no ser directamente observables, podían inferirse y ser estudiados de forma científica a través de medidas indirectas en experimentos cuidadosamente diseñados para tal fin. Ciertas variables dependientes como los tiempos de reacción o el rendimiento en las tareas planteadas, constituyen valiosas fuentes de evidencia que arrojan luz sobre las funciones psíquicas que intervienen.
Desde entonces se ha ido acumulando un volumen impresionante de datos que verifican o refutan distintas hipótesis y que son explicados desde modelos teóricos que pretenden describir el funcionamiento de la mente humana en sus diversos componentes.
Paralelamente, desde la neuropsicología, el estudio de las <lesiones cerebrales> y de sus consecuencias sobre la conducta cognitivo-emocional y lingüística del pacient, ha ayudado a entender mejor el funcionamiento general de la mente y el cerebro. Estas posibilidades se han multiplicado en las últimas décadas al beneficiarse la neurociencia de las revolucionarias técnicas de neuroimagen y de registro electrofisiológico, que permiten observar el cerebro intacto <en acción> mientras realiza una determinada función mental.
¿Qué aporta el estudio del cerebro al conocimiento de la mente?
Se ha mencionado que, durante un tiempo, la psicología cognitiva y la ciencia o ciencias del cerebro han evolucionado por caminos relativamente independientes y con frecuencia recíprocamente ignorados. A veces la psicología cognitiva ha mirado con escepticismo la utilidad que podía ofrecer el estudio del cerebro en la comprensión de los procesos mentales.
¿De qué manera me sirve conocer que un determinado subproceso tiene lugar en tal o cual estructura anatómica? Eso lo dejo para los neurofisiólogos. A mi me interesa el <cómo> no el <donde>. Este podría ser una expresión o lugar común de algunos psicólogos al abordar estas cuestiones..
Una distinción que suele aducirse para contrastar la psicología cognitiva y la neurociencia es análoga a la ue existiría en entre el software y el hardware en un sistema computacional. Un programa informático tiene su propia lógica de funcionamiento, un algoritmo o conjunto de instrucciones simbólicas que son independientes del hardware o sistema material sobre el que está implementado. El mismo programa puede ejecutarse en un número de ordenadores distintos, construidos con materiales también diversos y la naturaleza del hardware no informa nada acerca de las instrucciones del programa, así como un jaque mate es el mismo con piezas de ajedrez de plástico o madera, y la naturaleza material de éstas últimas no informa sobre las reglas y el funcionamiento del ajedrez. Esta visión simplista, heredera de los primeros enfoques del procesamiento de la información, ha conducido a algunos psicólogos a creer que el estudio de la arquitectura neural del cerebro carece de valor informativo sobre la función psicológica. Por ejemplo, Harley (2004) y Coltheart (2004) ponen en cuestión el valor de los registros suministrados por las técnicas de neuroimagen y se preguntan si alguna vez este tipo de datos ha servido para progresar teóricamente y decidir entre dos modelos cognitivos en pugna.
Sin embargo, los últimos avances ponen de relieve que el enfoque multidisciplinar de la neurociencia cognitiva es enriquecedor y abre nuevas posibilidades, como así lo reconoce la mayor parte de la comunidad científica. De hecho los análisis bibliométricos señalan un incremento espectacular en el número de publicaciones de corte neurocognitivo. Siguiendo a Richard Henson y a muchos otros autores puede considerarse que ambas aproximaciones son complementarias, antes que excluyentes. Los datos procedentes de las técnicas de neuroimagen son en realidad nuevas variables dependientes que añaden valor a las ya disponibles. En el estudio de una determinada función u operación mental es posible contar con un conjunto de variables dependientes que son medidas <de salida> de los experimentos: tiempos de reacción, proporción de aciertos en la tarea, medidas fisiológicas convencionales como la respuesta electromiográfica de los músculos o la conductividad eléctrica de la piel, etc. Ahora los cambios hemodinámicos del cerebro detectados mediante la tomografía por emisión de positrones (PET) o las imágenes por resonancia magnética funcional (RMf), así como los registros ofrecidos por las técnicas de potenciales evocados o de magnetoencefalografía (MEG) representan nuevas medidas valiosas que se suman a las anteriores y ayudan a entender mejor las funciones estudiadas.
Por otra parte, la experiencia ha demostrado que el enfoque cognitivo convencional del procesamiento de la información resulta insuficiente para caracterizar toda la complejidad del funcionamiento mental. En la actividad cerebral no cabe una separación tan nítida como en un ordenador entre el software y el hardware y su naturaleza computacional es fundamentalmente paralela, íntimamente enraizada en las redes neuronales.
Cuando los psicólogos reacios a la utilidad de las neuroimágenes las asimilan al hardware cerebral, que no dice nada acerca del software funcional, olvidan en palabras de Henson (2005) que <las imágenes funcionales proporcionan más información que las del simple hardware>, proporcionan información "de funcionamiento" sobre la distribución espacial de los procesos que ocurren mientras el software está rodando.
Tampoco es cierto que la naturaleza material de los procesos no sea informativa sobre el funcionamiento de éstos. Así una teoría podría postular que el reconocimiento de las caras se basa en un mecanismo de comparación serial entre el estímulo visual de entrada (o una abstracción de éste) y las representaciones faciales almacenadas en la memoria. La consideración del tiempo mínimo de procesamiento de las neuronas -del orden de decenas de milisegundos- excluye esta posibilidad y sugiere que tal algoritmo secuencial sería incompatible con el número de rostros que generalmente cada persona conoce -decenas de miles- y el tiempo típico que requiere la identificación de un rostro -centenas de milisegundos- (ejemplo de Henson 2005).
Existen innumerables ejemplificaciones en los que el donde, si dice cosas sobre el cómo de la función mental. Otra ejemplificación de ello es la respuesta cerebral que se obtiene en tiempo real cuando individuos en estudio responden ante ciertos estímulos que encienden áreas específicas del cerebro, alterando sus emociones y eventualmente su conducta.
¿Que aporta la Psicología cognitiva a la neurociencia?
De forma recíproca la psicología cognitiva enriquece y guía ala neurociencia en el planteamiento de las cuestiones pertinentes que deben ser abordadas y respondidas, a la vez que contribuye a la interpretación teórica de los datos que se obtienen. La neurociencia cognitiva no es el mero estudio anatómico y fisiológico del cerebro, sino que busca encontrar la base material de los procesos cognitivos y emocionales que operan en el funcionamiento de nuestras vidas. En ese sentido la psicología cuenta con un arsenal de herramientas y un valioso conjunto de observaciones y modelos teóricos que intentan explicar la actividad mental y la conducta humana. Si la frenología fracasó como intento de avance en la comprensión del cerebro y sus funciones, fue evidentemente porque su método era acientífico, pero una razón adicional es que sus conceptos psicológicos eran totalmente ingenuos, alejados de cualquier ciencia psicológica. En su libro "The new phrenology, el profesor William Uttal destaca la importancia de contar con una buena teoría psicológica para aproximarse al estudio de las funciones cerebrales. También alerta, sea dicho de paso, con respecto al peligro de una <nueva frenología>, si se cae e un excesivo localizacionismo que olvide la unidad dinámica del cerebro y la mente.
En definitiva, es indispensable contar con la contribución de la psicología científica para ser capaces de formular preguntas correctas e interesantes y al mismo tiempo, responderlas enmarcando conceptualmente los datos que ofrece la neurociencia.