Dr Carlos S&aacute;nchez.<br />Neurocirujano en Tijuana.
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MODELOS EN PSICOPATOLOGIA

14/3/2024

1 Comentario

 

Modelo biológico o biomédico

El enfoque biológico procede de la época de la Grecia clásica y, si bien ha ido proponiendo diferentes modelos explicativos desde el desequilibrio de los humores hasta la genética, pasando por la anatomopatologia o la fisiopatología, sigue postulando lo mismo: que los trastornos mentales tienen una causa médica, aun cuando no se conozca. Si en los inicios de este planteamiento afirmar causas físicas de los trastornos mentales supuso abandonar las explicaciones y asumir la capacidad de las personas para investigar la salud mental, el paso de los siglos ha demostrado que la cuestión no es tan sencilla.

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​Si bien en algunos casos se han encontrado factores biológicos claramente implicados en la aparición o el desarrollo de algunos trastornos, también se ha podido ver que no siempre es así y que incluso en esos casos suelen existir otros factores que también juegan un importante papel. De ahí que las críticas recibidas hablen de reduccionismo, al plantear que la mente sólo es su sustrato biológico y los pensamientos y comportamientos, una consecuencia mecánica de la configuración biológica. Este punto de vista ignora la importancia de las experiencias y el aprendizaje a lo largo de la vida, pero especialmente ignora que la biología es un soporte, comparable al hardware de un ordenador, en el que «se cargan» algoritmos de resolución de problemas (lo que se aprende), comparables a programas, y que tanto puede ocurrir un fallo en el hardware como en el software. Es más, las limitaciones del software no tienen por qué ser determinantes de qué programas se pueden o no cargar e incluso el software puede dañar al hardware. Es por ello que la mera observación de un malfuncionamiento de, por ejemplo, los neurotransmisores en el cerebro, no es indicativo necesariamente de que esa sea la causa de un patrón de comportamiento anormal, sino que puede ser la consecuencia, puesto que el software controla cómo se usa el hardware. La mera correlación entre dos variables no indica causalidad, tan sólo que existe algún tipo de relación entre ambas variables.

Modelo psicodinámico

Freud pensaba que los síntomas en un trastorno mental procedían de los conflictos ocultos entre las fuerzas del ello y el superyó, especialmente por los impulsos sexuales reprimidos y desviados, dado que el deseo sexual (libido) es la fuerza vital principal. Por ello se conoce como modelo intrapsíquico, dado que postula que son fuerzas internas las que producen la enfermedad. La liberación de las tensiones mediante el acceso a los deseos y pensamientos reprimidos es la forma de tratamiento del psicoanálisis, que cree que al hacer conscientes tales deseos y pensamientos, el sujeto experimenta una liberación que le permite eliminar los síntomas neuróticos que manifiesta. Existen notables diferencias entre las diferentes escuelas psicodinámicas, desde el psicoanálisis original de Freud hasta los planteamientos de Jung o Adler. Pero a gran-des rasgos todos ellos se basan en la existencia de una parte inconsciente de la mente, cuyos conflictos generan los síntomas que se observan en el paciente. El modelo psicoanalítico ha recibido fuertes críticas. El hecho de que los planteamientos psicoanalíticos no se ajusten a las exigencias científicas, hace que éste sea imposible de verificar por el método científico, de manera que sus afirmaciones no pasan de ser una mera especulación no basada en evidencias. Esta es la principal crítrica que ha recibido, pero no la única.


El énfasis de las últimas décadas en la intervención basada en la evidencia, es decir, en la medida de la eficacia (en contexto de laboratorio) y la efectividad (en contexto clínico) de las diferentes formas de terapia, incluida la farmacológica, ha arrojado datos difíciles de interpretar. Según la resolución adoptada por la American Psychological Association (APA) en agosto de 2012, los estudios empíricos demuestran la eficacia a corto y largo plazo de las diferentes formas de psicoterapia en una amplísima gama de trastornos mentales, con un efecto superior al de los tratamientos farmacológicos y menores tasas de recaídas. Sin embargo, los estudios no establecen superioridad de unas formas de psicoterapia frente a otras. Las recomendaciones de la propia APA van en la línea de estudiar los factores comunes que todas las terapias presentan para así poder reconocer más claramente cuáles son los puntos clave que hacen que una forma de psicoterapia sea eficaz. En concreto, en relación con las terapias dinámicas, resulta difícil distinguir qué funciona de las mismas dado que existen multitud de formas de terapias derivadas del psicoanálisis que no siempre se asemejan demasiado entre sí y sí se asemejan, sin embargo, a las terapias cognitivas.

Modelo conductual

El modelo conductual surge de las teorías del aprendizaje desarrolladas inicialmente por la escuela conductista americana. A finales de la década de 1950 comenzaron a aparecer técnicas de tratamiento basadas en la investigación experimental en el laboratorio destinadas a tratar ciertas condiciones de salud. El principio fundamental del modelo conductual es el de que la conducta desadaptada se aprende igual que la conducta adaptada y la intervención terapéutica debe consistir en aplicar los principios del aprendizaje clásico e instrumental para modificar aquellas conductas que causan malestar o desadaptación al individuo. De ahí que se conozca como terapia de conducta o modificación de conducta. Adicionalmente, la terapia de conducta mantiene algunos principios fundamentales tales como el énfasis en la conducta observable, para evitar cualquier nivel de subjetividad en cuanto a la posible eficacia del tratamiento; énfasis en el aquí y ahora, frente al énfasis en la infancia que distinguía al psicoanálisis, reinante en aquellos momentos en el ámbito de la salud mental; énfasis en la metodología científica también en el tratamiento, o énfasis en la ligazón de la práctica clínica con la teoría psicológica probada experimentalmente. 

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La terapia de conducta, especialmente en sus inicios, resulta radicalmente opuesta a toda forma de intervención no basada en la teoría conductual. Se opone a cualquier interpretación biológica y, en ese sentido, resulta tan reduccionista como el modelo biológico, por cuanto niega la influencia de factores biológicos. Pero también niega la intervención de variables internas tales como pensamientos o emociones: tan sólo los hechos externos controlan el comportamiento y, por tanto, todo lo demás no sólo no es medible de acuerdo con los principios epistemológicos de la ciencia, sino que no interesa porque no ejerce una influencia significativa sobre el comportamiento. Estas afirmaciones pronto fueron puestas en cuestión por la propia psicología con el surgimiento del modelo cognitivo.

Desde el modelo conductual se considera que las conductas desadaptadas se aprenden y se pueden modificar mediante la terapia de conducta

Modelo humanista

Tras la Segunda Guerra Mundial, la población estaba tremendamente impresionada por todo lo ocurrido. La imagen del ser humano como un ser bueno por naturaleza, lleno de cualidades positivas, se vino abajo ante la observación de hechos tan terroríficos como los ocurridos. En medio de este sentimiento colectivo, surgió una corriente que postulaba lo contrario, la bondad innata del ser humano, sus capacidades y su necesidad de desarrollo. En realidad, hablar de modelo humanista es simplificar mucho, porque existen multitud de escuelas, desde las inspiradas en el cristianismo hasta las inspiradas en la filosofía existencialista, pero todas ellas plantean una visión del ser humano como un organismo que puede controlar su destino y que necesita encontrar su camino para desarrollarse plenamente y alcanzar así su máximo potencial. Resulta difícil resumir en una frase lo que las diferentes escuelas piensan sobre la salud mental, dado que las diferencias en este ámbito son grandes, pero quizá se pueda resumir en que la salud mental depende del grado en que una persona controle realmente su camino, esto es, su vida.

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Las diferentes circunstancias vitales a las que las personas se enfrentan a lo largo de la vida, el proyecto vital que se plantean, las actitudes con que afrontan la vida, etc., pueden determinar su grado de felicidad y ajuste. Las escuelas humanistas comparten la idea de que el ser humano es libre, tiene capacidad de decidir frente, según ellas, al mecanicismo de la ciencia que niega la libertad individual. Se centran en la fenomenología, una forma filosófica de entender la realidad que plantea que los hechos observables (fenómenos) son sólo un reflejo de la existencia de entidades inobservables e inalcanzables para la ciencia, razón por la que consideran el método científico como inapropiado para el estudio del ser huma-no. También rechazan el psicoanálisis por su visión negativa de la persona.

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Esta corriente teórica es conocida como la tercera fuerza. Al centrarse en la experiencia subjetiva de las personas, aportaron algunas ideas interesantes, como la importancia de la interpretación de los fenómenos por parte de cada individuo. Esto es, un mismo hecho no es interpretado de igual forma por todos los individuos, de manera que la influencia que este fenómeno tiene en la conducta del individuo puede variar. O la importancia de no juzgar al paciente, abstenerse de criticar su comportamiento y, por el contrario, mostrar empatía y comprensión. O la importancia de la relación profesional-paciente, base para poder ayudar al paciente, entre otras. El modelo humanista puro apenas cuenta con seguidores hoy en día, pero su influencia ha sido asumida por la psicología, especialmente a través del modelo cognitivo, que vino a confirmar algunas de estas afirmaciones desde la metodología científica.

Modelo cognitivo

Como se ha dicho en el apartado dedicado al modelo conductual, la psicología de principios del siglo XX rechazaba toda forma de subjetividad como forma de investigar el comportamiento humano y, en lo referente a la psicopatología, negaba la influencia de otros factores que no fueran los ambientales. Sin embargo, en la década de 1960 surgió un nuevo modelo psicológico, igualmente fiel a la metodología científica, que trataba de conocer lo que ocurre dentro de la mente, la forma en que los organismos procesan la información que reciben de los sentidos y el modo en que este procesa-miento interviene en la consiguiente decisión de acción. Los conductistas ya habían observado que existían algunos factores no observables directamente que producían variaciones en el comportamiento que no resultaban completamente explicables por las variables externas ambientales.

Los primeros intentos por comprender cómo el cerebro procesa la información se basaron en la comparación cerebro-ordenador, una tecnología entonces naciente y que supuso un impulso definitivo al estudio de la mente no basado en la introspección, que tan escasos resultados había dado en el pasado y que estaba tan sujeta a la subjetividad y falta de control experimental. Originalmente, el cognitivismo se opuso al conductismo, planteando que el verdadero control de la conducta está en nuestra mente y no en el ambiente. No significa que negaran la influencia del ambiente, sino que ésta está mediada por nuestras interpretaciones, nuestra motivación, nuestros propósitos.

 

El descubrimiento del aprendizaje por modelado, es decir, por observación, cuando las influencias ambientales no afectan directamente a un individuo sino que éste modifica su comportamiento por la observación de lo que a otros individuos les ocurre, vino a apoyar definitivamente esta visión. Para el cognitivismo, las interpretaciones erróneas de los hechos, las creencias irracionales, el establecimiento inapropiado de metas, la inadecuada atribución de causas a los hechos, etc., pueden provocar la desadaptación y el malestar que caracterizan a los trastornos mentales. Modificar el sistema de creencias de una persona es la vía elegida para ayudar a las personas a recuperar una vida más adaptada y feliz.

Modelo cognitivo-conductual

La superación de las diferencias entre el modelo cognitivo y el conductual lleva a la integración de los postulados de uno y otro modelo. El nuevo modelo plantea que el medio ambiente ejerce una influencia clave sobre el comportamiento que es procesada por la mente para tratar de conseguir un estado de adaptación lo más ajustado posible y lo más acorde con las metas y propósitos. La terapia de conducta fue incorporando poco a poco nuevas técnicas a su repertorio, modificando otras para adaptarlas a los nuevos descubrimientos en el ámbito cognitivo. Los factores ambientales que más influyen en el comportamiento de un individuo son de ámbito social y, además, están matizados por el modelado. El nuevo modelo, pues, pone el énfasis tanto en los factores individua-les, psicológicos, como en los grupales, sociales, siendo un modelo psicosocial.

El modelo cognitivo conductual considera que cuando la mente interpreta de forma errónea la realidad, se desarrollan los trastornos mentales.

Modelos sociogenéticos

A partir de la década de 1950 surgieron en la psiquiatría varias corrientes inspiradas en posiciones filosóficas y políticas más que académicas, que planteaban una interpretación de la psicopatología en clave social. Aunque tampoco era un modelo unitario, básicamente estos enfoques proponían que los trastornos mentales tenían un origen social, desde el enfoque que planteaba que el origen de la enfermedad se encontraba en los sistemas familiares, hasta el que directamente postulaba que la enfermedad mental era un puro invento social que resultaba más dañino que beneficioso, pasando por el que afirmaba que la alienación social era la responsable de la alienación mental. Estos enfoques influyeron notablemente en el movimiento conocido como antipsiquiatría que, entre otras cosas, promovió un cambio del modelo de atención a la salud mental basado en hospitales psiquiátricos a la atención comunitaria. Lo cierto es que las reformas inspiradas en estos planteamientos han sido muy dispares en diferentes países, produciendo situaciones catastróficas en algunos de ellos, pero sus principios (mejora de las condiciones de atención a los enfermos mentales, protección de sus derechos y traslación del peso de la atención de los hospitales psiquiátricos a dispositivos más integrados en la comunidad) han cuajado en la psiquiatría comunitaria.


Modelo biopsicosocial

En la década de 1970 apareció un nuevo modelo en el ámbito de la medicina que pronto se convirtió en el paradigma oficial tras su adopción por la OMS. La proposición de este modelo se atribuye a George Engel partiendo de la teoría de sistemas (1977).

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El modelo biopsicosocial no se limita al ámbito de la salud mental, sino a la salud en general.

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Según este modelo, la salud depende de factores biológicos, psicológicos y sociales. Es una propuesta muy cercana a cómo la OMS definió la salud ya en el año 1946: «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades» (Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, 1946).


El modelo propuesto por Engel enfatiza la influencia mutua de los tres tipos de factores sobre la salud, afirmando que es imposible entender ni la salud ni la enferme-dad sin comprender las complejas interrelaciones entre todos estos factores. Pese al impulso de la OMS, la adopción del modelo biopsicosocial se ha encontrado a lo largo de los años con dificultades para su aplicación, desde modelos asistenciales arraigados basados en el modelo biomédico hasta dificultades técnicas y oposición de par-te de la comunidad médica. De esta forma, hoy por hoy el modelo es el oficial, pero no el real, si bien en los últimos tiempos algunos países (como Reino Unido) han comenzado a realizar reformas notables de sus sistemas de salud encaminadas a hacer realidad dicho modelo.

El modelo biopsicosocial considera que los factores biológicos, psicológicos y sociales, así como la interrelación entre los mismos, contribuyen en gran medida a explicar la psicopatología, incluyéndose dentro de éste el modelo vulnerabilidad-estrés y el modelo transdiagnóstico (que considera que existen factores comunes responsables del origen y mantenimiento de diferentes tipos de trastornos mentales)

Modelo de vulnerabilidad-estrés

Este modelo se puede considerar como un desarrollo del modelo biopsicosocial por cuanto mantiene sus mismos principios, pero concretando la forma en que se produce la adaptación o desadaptación de un individuo. El modelo surgió en la década de 1970 (Zubin, 1977) como una hipótesis explicativa de la esquizofrenia. En este modelo se entiende por estrés la reacción de un individuo ante una situación que demanda de él una acción, decisión o elección, ya sea como una oportunidad o como una restricción. Implica un conjunto de respuestas fisiológicas, motoras y cognitivas, y éstas se disparan ante situaciones naturales (como cambios en la vida) o extraordinarias (como catástrofes). El modelo hipotetiza que las personas se enfrentan a las situaciones estresantes con diferente nivel de capacidad de afrontamiento de las mismas, de manera que unas presentan mayor y otras menor capacidad para superar estas situaciones sin que su salud sufra. Se dice así que vulnerabilidad es la probabilidad de que una persona responda a una situación estresante de manera inadaptada y se habla de factores de riesgo para referirse a todos aquellos que contribuyen a que una persona sea más vulnerable. Por el contrario, se habla de factores de protección para referirse a aquellos que ayudan a una persona a responder de manera adaptada. Los factores de riesgo y protectores pueden ser de tipo biológico, psicológico o social.

Modelo transdiagnóstico

Se trata de un modelo muy reciente que también se puede considerar dentro del modelo biopsicosocial por idénticas razones que el anterior y que en la actualidad está suscitando un gran número de publicaciones.

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El modelo transdiagnóstico plantea que ha llegado el momento de estudiar los factores comunes en la génesis y el mantenimiento de los trastornos mentales y que se pueden encontrar en diferentes tipos de trastornos. Se espera que agruparlos en función de tales factores comunes y abordar su tratamiento de acuerdo con estos factores implicados favorecerá la ocurrencia de una mejora en la efectividad de los tratamientos. Se trata de un modelo que se basa en la evidencia empírica y que resulta completamente compatible con el enfoque biopsicosocial. Nace del reconocimiento de los avances obtenidos en las últimas décadas en la clasificación diagnóstica, pero pretende ir más allá, replanteando dicha clasificación en función de los factores responsables de la génesis y el mantenimiento de los diferentes trastornos mentales.

Sistemas clasificatorios actuales

Hay que indicar, en primer lugar, que ni tan siquiera hay un acuerdo amplio respecto a la cuestión de si los sistemas clasificatorios tienen sentido y reflejan la realidad o si por el contrario resultan poco útiles y son arbitrarios. La tradición médica en el abordaje de los trastornos mentales (enfermedades, desde el punto de vista biomédico) ha impuesto la búsqueda de un sistema clasificatorio basado en la premisa de que, al igual que con las enfermedades médicas, el diagnóstico refleja una entidad real, objetivable y cuya causa simple puede descubrirse. Pero a lo largo de la historia ha habido que plegarse a la evidencia de que los trastornos mentales son cualquier cosa menos una entidad simple y fácil de definir, explicar y clasificar. ¿Quiere eso decir que los sistemas clasificatorios son entelequias sin contacto con la realidad y sin ningún efecto práctico y quizá sí muchos aberrantes, como proponen desde la sociología (Goffman, 1963).

 

Lo cierto es que, más allá de la influencia del modelo biomédico, describir y clasificar son dos actividades que los humanos tratamos de realizar siempre con toda parcela de la realidad. Y lo hacemos porque ésa es la forma en que nuestro cerebro puede después analizar los fenómenos y los objetos de nuestro entorno. Más aún, la ciencia necesita parcelar la realidad, definirla de manera unívoca y describirla para posteriormente poder estudiarla y explicarla. Por lo tanto, está claro que una cosa es que los sistemas clasificatorios sean o no plenamente satisfactorios en el momento actual, y otra es que no sean útiles. Son tan sólo un intento de organizar la realidad para poder estudiarla, con defectos y consecuencias indeseadas, pero también con virtudes. Así, los actuales sistemas clasificatorios pecan de escasa validez diagnóstica, porque no siempre reflejan entidades reales, sino más bien construidas socialmente. Reflejan una realidad fragmentada, dividida en categorías, frente a una realidad continua en la que las cosas no son una cuestión de todo o nada, sino más bien de cuánto. Cuando se utilizan sin el conocimiento necesario, son peligrosos, porque la etiqueta que se aplica a un individuo por sí misma tiene un efecto sobre su comportamiento y el comportamiento que la sociedad tendrá en relación con este individuo. Éste es un efecto no intrínseco de los sistemas, sino que ocurre por la interacción con la ignorancia y el prejuicio sociales hacia los trastornos mentales, pero ocurre. Igualmente ocurre que a veces la industria y las asociaciones profesionales ejercen presión sobre los crea-dores de los sistemas clasificatorios para que éstos beneficien sus intereses. Y es que no se puede olvidar que los diagnósticos implican la intervención de profesionales y la prescripción de tratamientos, y todo ello tiene un gran impacto económico.

​Paralelamente, los sistemas clasificatorios han supuesto una base importantísima para el avance del conocimiento sobre la salud mental, información que a su vez debe servir para mejorar los sistemas clasificatorios, incluso si acaban siendo completamente distintos a los actuales. Estos sistemas han permitido a los psicopatólogos comunicarse utilizando un lenguaje común; con ello han podido comprobar empíricamente qué descripciones se asemejan más o menos a lo que realmente se presenta en el día a día en la clínica; han podido poner a prueba si un tratamiento es o no eficaz; han podido comparar investigaciones de diferentes autores en diferentes países complementando los datos de unos con los de otros gracias a que usaban la misma terminología y los mismos criterios diagnósticos; son muy fiables, la mayoría de los profesionales etiqueta de igual forma un mismo problema; han ayudado a identificar los problemas y prescribir el diagnóstico a millones de personas; han contribuido a recopilar ingentes cantidades de información que servirá para mejorar las versiones futuras de los mismos. Pero ¿cómo empezó todo?.

 

En la actualidad existen dos grandes sistemas clasificatorios relacionados el uno con el otro: el Manual Diagnóstico Estadístico de los Trastornos Mentales, conocido como DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) y editado por la American Psychiatric Association (APA) desde 1952, y la Clasificación Internacional de las Enfermedades, o CIE, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicado por primera vez en 1893. La CIE es una clasificación descriptiva, no etiológica, es decir, presenta las enfermedades mentales agrupadas por sus síntomas. Su sistema diagnóstico tiene tres ejes: en el primero (diagnósticos clínicos) se codifica la enfermedad (mental o física); en el segundo (discapacidades) se anotan los resultados de la exploración del funcionamiento y la participación del individuo en todas las áreas importantes de la vida diaria; en el tercero (factores contextuales) se codifican los factores que puedan intervenir en la aparición o desarrollo de la enfermedad.

El otro gran sistema moderno es el DSM, actualmente en su versión 5 (mayo de 2013). El DSM es un sistema ateórico y descriptivo que organiza los trastornos mentales por categorías que se definen por los síntomas principales de los trastornos que se engloban en ellas. El DSM utilizaba, al igual que la CIE, un sistema multiaxial que en la versión IV era de 5 ejes, pero éste desaparece de la versión 5, que ya no utiliza este sistema multiaxial.

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El DSM, además de un sistema de codificación propio, incluye la correspondencia con los códigos de la CIE-10. Si hasta la fecha el DSM era un sistema clasificatorio categorial (esto es, del tipo todo o nada, se padece o no se padece un trastorno), en su última versión da un giro hacia lo dimensional (se padece un trastorno en mayor o menor medida, desde nada, no se padece, hasta el máximo de gravedad).

 

El debate sobre sistemas categoriales y dimensionales es largo, pero sin solución hasta la fecha. Ciertas aproximaciones teóricas defienden que los trastornos no son, a diferencia de las enfermedades médicas, una cuestión de todo o nada, sino una cuestión dimensional, es decir, se puede estar un poco triste o muy triste, con poca frecuencia o con mucha frecuencia, etcétera.

 

El hecho de padecer un trastorno no puede reducirse a la presencia o no de un síntoma o signo, como en la medicina, sino que se trata de medir el grado en que ciertos comportamientos, por exceso o por defecto, causan problemas de algún tipo al individuo. Sin embargo, traducir esto en un sistema clasificatorio no resulta nada fácil. De hecho, el DSM-IV reconocía que el enfoque categorial no era el más apropiado en su introducción, pero asumía que era la forma más sencilla de abordar el problema y trataba de paliarlo con indicaciones añadidas. Por ejemplo, cuando describe los síntomas de un episodio depresivo, indica «estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, casi cada día» (DSM-IV, 1995, p. 333), lo que es una forma de indicar el grado en que se presenta un síntoma.

 

En la última versión el enfoque dimensional avanza, por ejemplo, incluyéndose un especificador de gravedad en algunos trastornos, o como en la propuesta de un nuevo sistema clasificatorio de los trastornos de personalidad, que si bien queda relegado a la sección de investigación, supone un paso decidido hacia una conceptualización dimensional de dichos trastornos. Asimismo, la última versión del DSM-5 contiene notables cambios en las categorías diagnósticas con respecto a la versión anterior (se revisan sus contenidos en el apartado Trastornos mentales según el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-5 de este capítulo), que han tratado de ajustarse a los que la CIE propone para su nueva revisión 11. La publicación de la última versión del DSM ha estado rodeada de una agria polémica.

 

El National Institute for Mental Health (NIMH) de Estados Unidos ha criticado la falta de biomarcadores entre los criterios de los trastornos mentales, uno de los objetivos fundamentales, según este organismo, de los nuevos sistemas clasificatorios. La American Psychological Association, por el contrario, ha criticado el giro biologicista de la nueva versión 5 del DSM. Incluso el responsable de la versión IV del DSM se ha mostrado muy crítico con la nueva versión. Por su parte la CIE está en plena revisión. La versión 11 se espera para 2015 y se pretende mejorar su utilidad clínica así como su aplicabilidad global.

Otra aproximación complementaria a los dos grandes sistemas clasificatorios, DSM y CIE, para describir la psicopatología es la que lo organiza en base a las distintas áreas funcionales. Así, se describen alteraciones de los diferentes procesos mentales o cognitivos básicos, siendo los más frecuentemente utilizados los de la conciencia, la atención, la percepción, la memoria, el pensamiento y el lenguaje. Aunque menos frecuentemente, algunos autores también incluyen las alteraciones de la afectividad, la psicomotricidad, la inteligencia, la voluntad, la impulsividad o el insight. Estas alteraciones no siempre se consideran patológicas.

1 Comentario
Carlos Alejandro López Ramírez link
24/4/2025 05:32:56 pm

disculpe sabrá acerca del modelo sociologico?

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