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LA FRENOLOGÍA.

8/10/2023

1 Comentario

 

A principios del siglo XIX surgió  la denominada frenología, un movimiento - no clasificado como ciencia - fundado por el alemán Franz Joseph Gall (1758-1828) que ejercía una enérgica influencia a lo largo de los años siguientes. Apareció en un contexto repetitivo, una época en la que estaba en boga la fisiogmomía o arte - tampoco considerado como ciencia - de adivinar los rasgos de la personalidad a través de las características físicas de la cara y el cuerpo. Actualmente puede afirmarse en el terreno de la ciencia de las diferencias individuales, la correlación matemática entre rasgos físicos y rasgos psicológicos, es en general muy baja prácticamente nula, pero en aquella época la gente tendía a otorgar carta de naturaleza a esa convicción legitimada por "expertos" con pretensiones científicas. Sirva de anécdota que Darwin estuvo a punto de no embarcar en el Beagle porque al capitán Fitz-Roy no le gustó su nariz y temía que careciera, según los manuales, de la energía y determinación suficientes para el viaje. Quizá la historia científica de la evolución habría sido distinta por culpa de un apéndice nasal. ​ Franz Joseph Gall menospreciaba a la fisiognomía según él por ingenua y acientífica, pero desgraciadamente, incurrió también en el mismo error. El termino frenología procede del griego phrenos "mente" y logos "conocimiento" para designar a una ciencia de la mente. Este nombre lo introdujeron después sus seguidores, porque Gall siempre se refirió a su "ciencia" como "organología" o "tratado de los órganos de la mente". Partía del supuesto de que el aspecto de la cabeza informaba sobre las capacidades y personalidad del individuo. Veía al cerebro como un mosaico de órganos especializados en distintas funciones psicológicas, y el mayor o menor desarrollo de cada uno de estos órganos se reflejaba en la forma craneal. Así con una cuidadosa inspección del cráneo - craneoscopía - tomando medidas y observando los distintos abultamientos y prominencias, el frenólogo creía identificar la inteligencia y los rasgos psicológicos de cualquier persona. Gall propuso un listado de 27 funciones mentales localizadas en sitios muy concretos del cerebro. 19 de las cuales eran comunes a animales y seres humanos y ocho eran exclusivas de estos últimos.

Por ejemplo, si un ladrón tendía a reincidir, Gall hallaba que su cráneo tenía muy desarrollada la zona de la función de adquirir o poseer cosas, esto lo complementaba con observaciones ocasionales en animales, por ejemplo, en una mascota que mostraba tendencia a comer cómoda "robada". Al comparar la cabeza de una madre amorosa con sus hijos y la de una mujer descuidada con los suyos, observaba que la de ésta última tenía la parte posterior menos prominente, que era donde supuestamente se alojaba en instinto reproductor y el amor filial.
​ Franz Joseph Gall visitaba prisiones y asilos para inspeccionar las peculiaridades craneales de ladrones, asesinos, lunáticos o deficientes mentales. También estudiaba las cabezas de personas brillantes que habían destacado en alguna cualidad. A los casos clínicos de enfermedad los consideraba poco valiosos por su carácter atípico y fortuito, pero si un paciente confirmaba sus ideas no dudaba en incluirlo como una prueba más. Gall sentía una verdadera pasión por la colección de cráneos; en París, llegó a reunir cerca de 300 de ellos, junto a un centenar de moldes de personas vivas. En su opinión, constituían un verdadero libro abierto que lo reafirmaba en sus convicciones. En ciertos círculos se bromeaba que al morir había de asegurarse de que el frenólogo no despojaría de la cabeza al cadáver de uno, por lo que hubo quien dejó escrita en el testamento, la prohibición de efectuar tal cosa. Cuando Gall falleció de un ictus en 1828, su cráneo pasó a engrosar la colección por expreso deseo suyo. La frenología arraigó durante las primeras décadas del siglo XIX, tanto entre las clases populares como en los circuitos intelectuales. El mismísimo Darwin fue diagnosticado por frenólogos según cuenta en su autobiografía.
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Foto
"Si se puede confiar en los frenólogos, yo era idóneo en cierto sentido para ser clérigo. Hace unos años, los secretarios de una sociedad psicológica alemana me pidieron con toda seriedad por carta una fotografía. Algún tiempo después recibí las actas de una de sus reuniones en la cual se había debatido, al parecer, públicamente, sobre la forma de mi cabeza y uno de los ponentes había declarado que "tenía la protuberancia de la reverencia suficientemente desarrollada como para diez sacerdotes" (Darwin, 1887) (cursiva del autor).
Se afirmaba esta característica precisamente de él que, a lo largo de su vida y a medida que avanzó en el conocimiento de la naturaleza, fue derivando hacia un profundo agnosticismo. ​

En primer lugar se demostró que el cráneo no reflejaba en absoluto la forma del cerebro, ni siquiera su tamaño. En segundo lugar, el método de Gall no fue riguroso y se basó en observaciones casuales que aceptaba caprichosamente en la medida que cumplían sus expectativas, y cuando no era así, las rechazaba con cualquier pretexto. Es decir, el método no estuvo al servicio de la verdad de los datos, sino al de unas ideas preconcebidas. A su más firme oponente, el académico francés Pierre Flourens (1794-1867), la Academie des Sciences le encargó poner a prueba las hipótesis de frenológicas mediante una metodología rigurosamente científica. Flourens inició en 1820 una larga serie de experimentos con animales, sobre todo, ranas, palomas, gallinas y otras aves y no halló rastro de especialización cortical, aunque hoy se sabe que la razón de ello es que estudió especies que no tienen la corteza poco desarrollada.

​Como se señala en Breve historia del cerebro (antes mencionada), en este recorrido histórico se hace evidente una situación paradójica: un hombre, Gall, con una de base cierta - diferenciaciones funcionales en la corteza cerebral - pero común método acientífico es alejado de todos los estándares metodológicos, mínimamente exigibles, frente a un hombre con una metodología impecable, Flourens, pero cuya premisa básica - indiferenciación cortical - el futuro revelaría errónea. La moraleja de todo este asunto es que lo único que permitió avanzar, fue ciertamente, la metodología científica y rigurosa.

​Si hoy se reconoce que la idea básica de la frenología - especialización funcional - de diferentes áreas de la corteza cerebral - no era descabellada, la aplicación de una metodología acientífica y sesgada condujo a tesis totalmente erróneas que acabaron en el descrédito.
1 Comentario
Blanca Esmeralda Garcia Desilos
11/5/2024 10:18:33 pm

Como estudiante encuentro muy interesante el estudio de la frenología por lo que revela sobre el desarrollo de la neurociencia y las limitaciones del conocimiento científico en su época. La frenología, desarrollada por Franz Joseph Gall, se basaba en la idea de que las protuberancias en el cráneo reflejaban las características de personalidad y las habilidades mentales debido a la localización de "órganos" cerebrales. Aunque esta teoría ha sido desacreditada, su influencia histórica en la neurociencia es innegable.
Lo más intrigante de la frenología es cómo Gall y sus seguidores intentaron aplicar un enfoque sistemático para entender el cerebro humano, aunque sus métodos fueran científicamente inválidos. La frenología se convirtió en un precursor temprano de la idea de que diferentes áreas del cerebro están dedicadas a funciones específicas, un concepto que es central en la neurociencia moderna.
Sin embargo, el artículo también ilustra la importancia de la metodología científica rigurosa. Los experimentos de Pierre Flourens, aunque basados en una premisa errónea de la indiferenciación cortical, emplearon un enfoque metodológico más riguroso que el de Gall. Esto subraya que un método científico sólido es crucial para validar teorías y avanzar en nuestro entendimiento.
Reflexionando sobre este tema, me parece crucial que como futuros médicos y científicos, mantengamos un escepticismo saludable y un compromiso con el rigor metodológico. A pesar de sus fallas, la frenología nos ofrece lecciones valiosas sobre el peligro de dejar que las teorías atractivas, pero no comprobadas, influyan en nuestras interpretaciones científicas.

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