Dr Carlos S&aacute;nchez.<br />Neurocirujano en Tijuana.
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APROXIMACIÓN CONCEPTUAL: ENTRE LA AMBIGÜEDAD SIGNIFICATIVA Y LA POLISEMIA TERMINOLÓGICA

14/3/2024

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La persona que se decide por el estudio de la psicopatología se encuentra con frecuencia en una especial posición. De una parte, por el sentimiento de atracción por el misterio que caracteriza a los trastornos psicopatológicos. De otra, por la ilusión de conocer o desvelar el misterio; un misterio en que ella misma está inmersa. En cualquier caso, la persona que se abre al conocimiento de esta materia se experimenta así suficientemente interpelada. De aquí, que conciba unas expectativas que, por ahora, están lejos de poder ser satisfechas. Pero esas mismas expectativas son, para muchas de estas personas, las raíces de las que brota esta especial vocación por la psicopatología. 

 

Hay, qué duda cabe, diversos términos -y lo que cada uno de ellos pretende significar- para referirse a la psicopatología. Esto puede confundir en materia tan compleja y, desde luego, no contribuye a una clara exposición de su contenido. 

 

Entre los conceptos más frecuentemente usados, cabe seleccionar los siguientes: psicopatología, patopsicología clínica, psicología patológica, psicología anormal, psicología de la conducta desadaptada, psicopatología experimental, psicopatología objetiva, psicología clínica, terapia de conducta, terapia del comportamiento, psicología anormal experimental, análisis funcional de conducta, modificación de conducta, psicología de la anormalidad, etc. La multiplicación de los conceptos como la de los entes, resulta un inconveniente añadido, aun cuando haya alguna razón para ello. ¿Qué razones son las que han hecho posible esta multiplicidad de conceptos, en modo alguno sinónimos? Responder a esta sencilla pregunta exige zambullirse en la cuestión medular de quésea la psicopatología y cuál ha sido su reciente devenir histórico. 

 

Algunos de estos conceptos desvelan ya la escisión entre las distintas formalidades desde las cuales se han estudiado los fenómenos psicopatológicos. Muchas de ellas llevan en sí la impronta de las diversas escuelas desde la que se ha pretendido enfocar el estudio de la psicopatología, en su historia científica reciente. En algunas ocasiones, los términos acuñados patentizan aspectos parciales del problema, ateniéndose a áreas muy recortadas (como lo relativo a la terapia, que no es propiamente hablando psicopatología, y hace referencia más bien al tratamiento psicoanalítico y a la modificación de la conducta), de donde tomaron prestado los conceptos, que luego extendieron a un amplio sector de fenómenos psicopatológicos. En otras, el uso de nuevos términos tiene su origen en una concreta formalidad: la metodología por la que se optó. Este es el caso, por ejemplo, de la psicopatología experimental o el análisis observacional de la conducta desadaptada. Aquí no fue la escuela sino el método seguido el que está en el origen de los términos empleados. En cualquier caso, muchos de estos términos han sido usados para la titulación de obras y manuales muy concretos y bien conocidos por los estudiosos de la materia. Mencionarlas aquí responde a la necesidad de tomar en consideración a algunos autores, cuyas aportaciones, no obstante, deben ser hoy reconocidas: bien porque todavía están vigentes o bien porque, aunque ya obsoletas, constituyeron en el pasado nuevos hitos en el afrontamiento y el avance en el estudio de estos problemas. 

Con ánimo de sistematizar un poco mejor las distintas denominaciones, parece conveniente agruparlas según su procedencia doctrinal y metodológica, con el fin de poder luego optar por el término que mejor convenga al caso. El lector interesado puede ampliar esta información en las obras de Helzer y Hudziak (2005), Vallejo (2007), Maddux, Gosselin y Winstead (2007) y Ionescu (1994). 

 

Sin duda alguna, el término que desde el inicio hizo fortuna y su uso es generalizado en la actualidad, es el de PSICOPATOLOGÍA, un concepto que debemos a Jaspers (1913). 

 

El ámbito teórico desde el que se afrontó su contenido fue la fenomenología clínica, perspectiva que ha estado vinculada durante un siglo a la psiquiatría médica. Los términos de psicopatología y patopsicología clínica son, sin duda alguna, de extracciones médicas y muy vinculadas a la práctica clínica. En cambio, conceptos como el de psiquiatría experimental, psicopatología objetiva o psicopatología cuantitativa, se sitúan más próximos a los ámbitos investigadores, y más alejados de la clínica.

 

Acaso algunas de estas denominaciones podrían generalizarse más adelante, si desde el campo de las neurociencias, de la genética y de la biología molecular -como acontece en un sector todavía muy pequeño de la clínica- se incorporan a los criterios clínicos y se asume por la psicopatología la metodología propia de las ciencias experimentales y positivas. 

 

Mientras tanto esto suceda o no, e independientemente de ello, se considera más beneficioso para esta introducción a la psicopatología la renuncia al uso de esta terminología, más próxima y propia de la investigación en psiquiatría. Por último, desde la psicología se han introducido numerosas denominaciones para referirse a los fenómenos psicopatológicos. De aquí la necesidad de optar entre aquellas que traducen sin traicionar el contenido, la metodología y el contenido específico de esta disciplina. 

 

Los  términos que mejor se ajustan a las características propias de psicopatología son los siguientes: —Psicología patológica. —Psicología de la anormalidad. —Psicología de la conducta desadaptada. La renuncia al uso de términos que denotan denominaciones parciales, segmentarias o dirigidas a limitados objetivos concretos (como terapia de conducta o análisis experimental de la conducta), consideramos que es obligada, a pesar de que disponga de una cierta y relativa legitimidad. Sin duda alguna, estos conceptos expresan con toda nitidez la exactitud y precisión de ciertos procedimientos (terapéutico, pragmático y clínico) en su concreción. Pero, ninguno de ellos acaba de incidir en los aspectos estructurales de los que debe ocuparse la psicopatología. Por el contrario, los anteriores conceptos seleccionados hacen referencia, con toda claridad, al contenido peculiar de esta disciplina, sea éste considerado como lo patológico, la anormalidad o la conducta desadaptada. 

 

De otra parte, la expresa formulación del término “conducta” puede salir garante, además, de la concreta perspectiva desde la que, sin duda alguna, también puede y debe estudiarse el comportamiento patológico. Esta breve advertencia terminológica en absoluto pretende ser determinista ni excluyente de otros conceptos. Se trata sencillamente de optar por el concepto que mejor vincula esta disciplina con el quehacer clínico y el aprendizaje de los que aspiran a su estudio y conocimiento. 

 
Los diversos conceptos que se han suscitado acerca de la psicopatología, a lo largo del tiempo, muestran algo de su historia. Se trata de la historia de esta ciencia, en función no solo de las nuevas aportaciones científicas descubiertas, sino también de las diversas escuelas y teorías y, principalmente, de cómo éstas se han trasmitido. De esta diversidad conceptual, y de su empleo generalizado, depende esa pluralidad de significados (polisemia) contenidos en una misma palabra: psicopatología. Por el momento, no parece que los variados significados que se le han atribuido, por la frecuencia de uso del lenguaje, tiendan a hacerse convergentes. Hay, eso sí, una única diana en la que todos, a su manera, impactan en general: los fenómenos psíquicos anormales. Pero esto con ser mucho, es muy poco (comparado a lo que sucede con otras disciplinas) para definir con cierto rigor lo que constituye el perfil específico y académico de la psicopatología. Cierto, que se parte de la patología psíquica, pero no es menos cierto el hecho de que esa misma patología puede ser estudiada por diversas disciplinas (como, por ejemplo, la epidemiología, la antropología, la psicobiología, las neurociencias, la psicofarmacología, la psicoterapia, etc.). 

 

En efecto, todas las anteriores disciplinas y otras afines se ocupan también de los fenómenos psíquicos anormales o patológicos, lo que en la antigüedad se denominó con el término de “enfermedad mental”. Sin embargo, ninguna de ellas pone su foco como debiera, en lo que constituye el objeto específico de la psicopatología. La psicopatología ha ido evolucionando desde una ciencia descriptiva e introspectiva, en una primera fase, a transformarse posteriormente en una ciencia analítica y, más tarde, en una ciencia observacional, funcional, neurocientífica bioquímica y experimental, lo que constituye la médula de su proceso histórico, en perenne servicio al ámbito clínico.

 

Con Griesinger (1871), la psicopatología iniciaba un camino balbuciente, que se agotaba en la pretensión de describir, no siempre todo lo sutilmente que el caso exigía, los fenómenos psicopatológicos, y de tratar grosso modo de agruparlos. En esta primera etapa, psicopatología y semiología psiquiátrica prácticamente se identificaban. No obstante, un psiquiatra de corte clásico como Griesinger, contemporáneo de James, ya había concebido el estudio biopsicológico de los deficientes mentales, situando su etiología en el cerebro. Este autor afirmó que las causas de la deficiencia mental eran fisiológicas y no psicológicas. 


Posteriormente, con Wernicke (1900) y Kraepelin (1915), la psicopatología se hace más analítica, al tratar de estructurar las antiguas descripciones de los trastornos, según una ordenación de los síntomas, pretendidamente coherente y categorial. No obstante, con Jaspers (1965) es cuando la psicopatología toma un camino más profundamente reflexivo al considerar los fenómenos psíquicos anormales, desde una perspectiva fenomenológica y vivencial. 

Karl Jaspers distinguirá entre fenómenos explicables, provocados por ciertas causas y vinculados al soporte somático, cuyo contenido puede resultar inteligible; y fenómenos cuya causa es aún más incierta, aunque puedan encontrarse ciertos motivos que en su parcialidad los justifique, por lo que no resultan explicables pero tal vez puedan ser comprensibles. Estos últimos tendrían una etiología más motivacional, estarían más poderosamente vinculados a la personalidad, lo psicológico y lo ambiental. Jaspers establece -con tanta claridad, aunque con no mucha eficacia-, la distinción entre comprensión y explicación, entre soma y psique, entre etiología causal y motivacional. 


Este modo de proceder recuerda, probablemente, la vieja distinción de Dilthey entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. No obstante, este modo de acercamiento a los trastornos psíquicos resulta poco sostenible en la actualidad. Con el auge del psicoanálisis, la psicopatología fue sostenida por una antropología latente, vaga y poco realista, vinculada especialmente a la cosmovisión (Weltanschauung) del psicoanalista (Polaino-Lorente, 1984). 

 

La antropología existencial, un poco más tarde, tratará de encontrar las motivaciones comprensibles de esos fenómenos aparentemente inexplicables. Surge así el afán de comprensibilidad del hecho psicopatológico, estructurándose desde la perspectiva del “como si” (als ob), en el que se tiene en cuenta las vivencias del paciente en relación con el contexto en que vive. Se trata de buscar una comprensión antropológica que désentido a lo que al paciente experimenta y le sucede. Para ello el clínico trata de hallar la trama de los diversos eslabones y factores que se concitan en la suscitación de estos fenómenos. Y todo esto contemplado desde el marco contextual y antropológico de la persona.

Autores como Conrad (1960), Minkowski (1956) y Ey (1969) constituyen ejemplos emblemáticos y demostrativos de este modo de “entender” los fenómenos psicopatológicos. En esta perspectiva se añade al punto de vista de Jaspers una orientación más holista y personalista. Al mismo tiempo, se apela a criterios funcionales y más comprensibles (de la antropología y fenomenología) en el estudio de la sintomatología esquizofrénica (Ratcliffe, 2008; Cohen, 2008; Cunningham, 2000), sin renunciar a los criterios biológicos, especialmente en el estudio de los trastornos de la conciencia y los delirios. 

En esta misma dirección, Schneider (1970), entiende la psicopatología como “todo lo que sirve para el reconocimiento, explicación, evitación y curación de las anormalidades psíquicas”. Con esta definición se amplía el horizonte de la psicopatología, incluyendo además de “todo lo que sirve para el reconocimiento” de los trastornos psíquicos, la curación y prevención. Se supone que a partir de aquí se incluyen también las manifestaciones en el comportamiento. En esta aproximación conceptual se mantiene, sin embargo, el enfoque clásico de la clínica. A pesar de haber sustituido la “comprensión” por la “explicación”, no obstante, el autor se reafirma en los aspectos descriptivos de la morfología sintomática (también del comportamiento), a la que se invoca como una aproximación explicativa más de las anormalidades psíquicas. 

 

El énfasis que antiguamente se otorgaba a la historia individual y psicodinámica (la historia biográfica, su psicohistoria) ha sido ampliado ahora por estudios que incorporan el punto de vista de las conductas observables, integrando para este propósito una evaluación cuantitativa del comportamiento. Esta nueva forma de entender la psicopatología (como psicología de la anormalidad) tiene también remotos antecedentes. Su origen está en la conexión y relación de interdependencia que parece existir entre la observación clínica de las alteraciones mentales y los nuevos descubrimientos aportados por la psicología experimental. 


Para la protohistoria de esta innovación acaso haya que remontarse a William James, y a la aparición en 1980 de su obra Principios de Psicología. Aunque James (1950) no prestó demasiada atención a la psicopatología, sin embargo sí que se ocupó de problemas de naturaleza estrictamente psicopatológica, como la histeria, las afasias y las amnesias, las ilusiones en los dementes, los instintos coleccionistas en los cleptómanos, el retraso y la inhibición en los imbéciles, la voluntad explosiva en los trastornos impulsivos, la imaginación alucinatoria, etc.

 

El mismo autor llegó a escribir: “La fiebre del delirio, el yo alterado de la insania, se deben a materias extrañas que circulan en el cerebro o a cambios patológicos en la sustancia de este órgano”. 

Adolf Meyer atribuyó las causas de la delincuencia a la patología urbana y familiar, a la vez que desafiaba el problema de las enfermedades mentales con especulaciones neurofisiológicas (Meyer, Witt & Carstensen, 1964). Según Meyer, biología y psicología eran absolutamente inseparables. 

 

La apelación al cerebro resulta inexcusable en cualquier explicación psicopatológica (Tizón, 1978). No parece que pueda hablarse de algún fenómeno psicopatológico sin que la biología esté por medio. Pero esto no significa que toda la explicación se agote en la patología del cerebro. Porque, con el mismo fundamento, puede sostenerse que tampoco hay ningún fenómeno psicopatológico sin que acontezca en una persona singular, en relación con su entorno social (Pinillos, 1983; 2004). 

 

La definición de psicopatología que propone Warren (1966) es la siguiente: “el estudio sistemático de los factores, funciones y procesos psíquicos que se llevan a cabo en la patología o en la enfermedad”. El autor se muestra un poco más abierto al funcionalismo psicológico, pero sostiene la referencia ineludible a la enfermedad y a la patología en general.

 

Esta definición es especialmente relevante por poner el énfasis en el estudio de los factores y funciones psíquicas, y sobre todo por insistir en los procesos, un concepto al que todavía en la actualidad no se ha atendido como debiera. Conviene insistir en que el estudio de los procesos psicopatológicos es el núcleo vivo de la psicopatología. 

 

A esta disciplina lo que le interesa especialmente es indagar en qué es lo que acontece en una persona (el proceso de transformación de las funciones psíquicas, sus manifestaciones sintomáticas, el modo en que evolucionan, y las causas que las suscitan) para que una percepción normal se transforme en una alucinación, un estado de ánimo eutímico devenga en distímico, o un comportamiento adaptativo se mude en una conducta desadaptada. 

 

Este cambio de perspectiva ha sido muy fecundo, a pesar de necesitar de una mayor profundización. En la apertura de este nuevo horizonte, la psicología de la anormalidad tiene mucho que aportar al avance de la psicopatología (Hundert, 1989; Donald, 1991). Lo que esto significa es que el estudio de la anormalidad, comienza a ser contemplado desde un marco más estrictamente psicológico, como ha puesto de manifiesto el análisis funcional de conducta, la psicología de la atribución, etc.

 

Otros autores, como Eysenck (1967), ponen el énfasis en el concepto de anormalidad, desde el estudio de la personalidad (neuroticismo, extroversión/introversión, psicoticismo), dimensiones que con acierto también vincula a la clínica. 

 

Buen conocedor de la clínica y de la historia de la psicopatología, Eysenck manifiesta un gran respeto por las aportaciones de Kraepelin, a cuya memoria ofrece uno de sus libros con la siguiente dedicatoria: “This book is dedicated to the memory of Emil Kraepelin who first applied the methods and theories of experimental psychology to the problems of abnormal behaviour”. 

 

Otros, por el contrario, definen la psicopatología como una ciencia previa a la psiquiatría, puesto que describe y analiza los fenómenos psíquicos patológicos. La psiquiatría, en cambio, se ocuparía de ordenarlos en unidades, estableciendo categorías diagnósticas y estudiando sus específicas posibilidades terapéuticas. 

Durante el pasado siglo han desfilado numerosas escuelas y teorías -unas con mayor fortuna y tino que otras- en el modo de enfocar el estudio de la psicopatología. El hecho de que se hayan empleado conceptos tan variados para designar el contenido de esta disciplina (enfermedades mentales, fenómenos psíquicos patológicos, problemas de desadaptación de la conducta o trastornos mentales) cabe interpretarlo como un indicio más que razonable de la complejidad de los fenómenos psicopatológicos. 

Es como si su complejidad condicionara una cierta coincidencia entre tendencias opuestas (coincidentia oppositurum) en la difícil tarea de desentrañar lo que sucede en estos procesos. Cada una de estos enfoques explicaría mejor algún segmento del fenómeno psicopatológico, pero siempre de forma incompleta e insatisfactoria. Y aunque tal vez lo explique mejor desde ese concreto enfoque que otras perspectivas, escuelas o teorías, no obstante, siempre será el fragmento de un modesto segmento, sin que ninguno de los parciales enfoques disponibles puedan abarcar la totalidad de estos fenómenos y su explicación rigurosa. En las líneas que siguen, se pasara revista a algunas definiciones de psicopatología, tal y como se propusieron, que han tenido una amplia circulación e influencia entre los profesionales de la salud mental. En cada una de ellas se ofrecerá muy sucintamente algunas de las contradicciones en que incurren. Así, por ejemplo, Henry Pieron, define la psicopatología como “el estudio de los trastornos mentales, tanto en lo concerniente a su descripción como a su clasificación, sus mecanismos y su evolución, y constituye una parte de la psiquiatría, que utiliza sus datos con fines terapéuticos” (Pieron, 1968).

 

En esta definición hay muy escasa determinación para mostrar lo que compete específicamente a la psicopatología, pues es obvio que no le compete, de forma nuclear y específica, la clasificación de los trastornos (nosología, semiología, etc.) ni los procedimientos terapéuticas (psicoterapia y psicofarmacología). 

 

A ello hay que añadir, que de una parte -y esto tiene su importancia-, adscribe la psicopatología a solo la psiquiatría, a pesar de servirse de un vocabulario propio de la psicología. De otra, omite y silencia la evidente relación entre estos trastornos y, en general, el comportamiento humano y la patología interna. 

 

En cambio, está muy acertado al referirse a los “mecanismos” que intervienen en esos trastornos (cuyo conocimiento es todavía muy incompleto), y a su “evolución”. Estos dos conceptos, por el contrario, sí que interpelan directamente al quehacer psicopatológico. Al psicopatólogo le compete ocuparse, directamente, del proceso por el que una percepción normal se transforma en una alucinación (lo que el autor menciona con el término “mecanismo”), así como su evolución en el tiempo. Pero, en modo alguno le compete -en tanto que psicopatólogo- el tratamiento de ese trastorno (del que es más apropiado que se ocupen los clínicos y expertos). Maher (1970) define la psicopatología como una ciencia, y trata de justificarla. “La psicopatología -escribe- es la ciencia de la conducta desviada. Es científica por dos motivos. El psicopatólogo, en primer lugar, desea llegar a unos principios o leyes generales que le permitan explicar muchos y distintos tipos de desviación de la conducta. Esto distingue su actividad de la del clínico, ya que este último se ocupa del diagnóstico y del tratamiento de un individuo preciso. En segundo lugar, el psicopatólogo depende del método científico, de la recolección metódica y del tratamiento de la información que le proporcionarán un punto de apoyo para el desarrollo de las leyes generales del comportamiento patológico”. 

 

En la anterior definición hay aciertos evidentes (lo que permite distinguir al clínico del psicopatólogo). Pero, al mismo tiempo, la definición no deja de ser reduccionista, por cuanto se ocupa únicamente de la “conducta desviada”, dejando fuera de foco todo lo demás (las manifestaciones sintomáticas, las cogniciones, las emociones, y la perspectiva de las neurociencias, la genética, la bioquímica, el funcionamiento cerebral, etc.). 

 

Observemos las razones por las que exige para la psicopatología un estatuto científico. No parece que, por el momento, dispongamos de leyes generales por las que se rigen estos trastornos, o al menos todavía no se han identificado. En realidad, ignoramos más bien el enunciado de una ley general (universal) a la que se someta el comportamiento patológico. Tampoco disponemos de numerosas explicaciones que puedan ofrecerse cabalmente para justificar el origen y evolución de estos trastornos. 

 

De hecho, disponemos de muy pocas explicaciones y en muchas de ellas su alcance científico es relativo, incompleto y abierto a abundantes excepciones. La realidad es que la actual psicopatología opera con constructos y modelos de endeble validez, dado que las hipótesis que los sostienen y las definiciones en que se fundamentan, establecidas a priori, no han sido verificadas en modo suficiente, acaso por su excesiva complejidad, por lo que están abiertas a nuevas reformulaciones. Es conveniente, por tanto, que la psicopatología contemporánea persista en su pretensión de ser científica, aunque todavía esté lejos de satisfacer esas nobles ambiciones. En la medida que algunas de estas hipótesis se verifiquen, podrán explicarse las estructuras de las diversas funciones y cómo se alteran; los procesos que les acompañan y sus diversas variaciones; y las posibles relaciones existentes entre ellas. Sólo así podrán formularse teorías con el suficiente alcance explicativo, de las que, desgraciadamente por ahora, no disponemos. Parece evidente la necesidad de que el psicopatólogo esté abierto a todas estas disciplinas afines, sin que por ello su actitud pueda ser calificada de escéptica. A lo que apostilla Maher (1970), “el interés principal del psicopatólogo consiste en encontrar respuestas a las preguntas que ha planteado ya la naturaleza. Quévariables son responsables de la producción de fenómenos psicopatológicos y qué variables pueden ser manipuladas para cambiarlos, éstas son las preguntas más importantes respecto a las cuales no es posible garantizar que las respuestas sean halladas por los cultivadores de una sola disciplina”. 

 

Acaso la primera cuestión irrenunciable, por la que habría que comenzar para reasignar un riguroso significado al concepto de psicopatología, consista en establecer de una vez por todas cuál es la naturaleza de los síntomas psicopatológicos. Esta cuestión es central, pues, de persistir en su opacidad continuará la actual confusión y crisis en la psicopatología (trastornos mentales/trastornos del comportamiento; enfermedad del cerebro/disfunción psíquica; fenómeno psicopatológico/cuadro clínico; aproximación naturalista/aproximación ambiental; marcador neurobiológico/trastorno adaptativo; desequilibrio en los neurotransmisores cerebrales/manifestaciones transculturales; etc.). 

 

La exclusión de los diversos paradigmas que se concitan en los trastornos psíquicos simplifica la cuestión, pero a costa de la auto-exclusión y negación de la misma psicopatología. Por el momento, hay que apelar a la verdad (López-Ibor, 2000), y desde esta realidad (Pinillos, 2007) afirmar que, de acuerdo con los actuales conocimientos, en la psicopatología no ha habido un único cambio de paradigma, sino que en tanto que tal ciencia ella misma es multi-paradigmática. 

 

Las propuestas actuales de Wikipedia (2016), en lo relativo al concepto de psicopatología, son un tanto contradictorias. De una parte, en su primera acepción, se refiere a los “cambios de comportamiento que no son explicados, ni por la maduración o desarrollo del individuo, ni como resultado de procesos de aprendizaje”. De otra, en su tercera acepción, afirma que “el papel del aprendizaje, análisis de conducta (Psicología conductista) o cualquier otro proceso cognitivo, permite explicar los estados “no sanos” de las personas” (sic). 

 

Esta ambigüedad ayuda a la confusión. Sin embargo, es relevante su aportación cuando afirma que la psicopatología “se centra en estudiar los procesos que pueden inducir estados “no sanos” en el proceso mental”. Convendría que en las siguientes ediciones se mejorase este concepto. Para ello sería preciso corregir la contradicción en que incurre, y profundizar en lo que entiende por “procesos”, un término clave y fundamental en el núcleo estructural y constitutivo de la psicopatología.

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