Se estará de acuerdo en que una piedra rueda por el monte, ladera abajo, no tiene ni una pizca de psiquismo; se mueve, pero carece de comportamiento, en el sentido estricto y psicológico del término. Es un objeto, un conjunto de moléculas que sigue de forma ciega la acción de la gravedad, y no se adivina intención en su movimiento, ni el menor rastro de una subjetividad que sienta, que quiera algo (mucho menos) que piense. Tampoco en un muelle, aunque el movimiento sea propio y provenga de su interior. No se concederá intención a un girasol cuando sigue al sol, no parece de desee ir tras él, sólo es un impersonal automatismo fotoquímico, similar a una reacción química en el tubo de ensayo. Y ¿Qué pasa con una cucaracha? ¿le reconocemos intención de huir del fuego o de nuestra sombra? desea escapar esta campeona de la velocidad - unos 350 km/hr en nuestra escala? ¿se atisba un deseo en esa urgente y desesperada conducta de huida? ¿Algún psiquismo -entre comillas- debe poseer que no tiene la piedra o el girasol.
¿Siente dolor un pez? Los investigadores no acaban de ponerse de acuerdo, al menos en la forma en como lo sentimos nosotros - aunque bien dicho, su dolor sólo lo suponemos. Por otro lado, desde luego un perro si experimenta dolor al igual que un gato; a juzgar por sus aullidos y maullidos respectivamente habrá de concluirse que si, no siente daño o dolor, lo simulan magistralmente. Hoy sabemos que no es así.
En el siglo XVII, René Descartes, padre de la filosofía racionalista estaba convencido de que los animales eran simples autómatas hechos de carne y hueso. Un cruel comportamiento suyo, el Padre Malebranche, fue más allá y sostuvo que "los animales comían sin placer, lloraban sin dolor, crecían sin saberlo, no deseaban nada, no le temían a nada y nada conocían". Perpetró impasible toda la clase de salvajadas a perros y gatos ya que "al carecer de alma" no podían sentir emociones reales y sus muestras de sufrimiento únicamente eran movimientos mecánicos y vacíos, pura apariencia. Hoy nadie defendería esa descabellada hipótesis y, afortunadamente, hoy en día, es obligatorio el uso de anestesia en los protocolos de experimentación animal.
Tal como se analizará más adelante, un chimpancé se autoreconoce frente a un espejo, algo que un perro no hace, pero vive anclado en el "aquí y ahora". Los chimpancés tienen expresiones culturales y son capaces de utilizar herramientas, sin embargo, , dan escasas muestras de elaborar planes para más allá de unos cuantos minutos. Tampoco está claro si pueden inferir mentes en los demás; no hay evidencia de que los especímenes expertos enseñen a otros con menor experiencia o sean tratados de manera distinta; tampoco hay evidencia que sepan que los seres humanos vemos con los ojos. Los experimentos de Povinelli muestran a chimpancés pidiendo comida tanto a seres humanos invidentes (con los ojos tapados) como a personas con visión normal. Esta dificultad en inferir estados mentales en los demás es muy llamativa si se compara al chimpancé con el Homo sapiens: el ser humano tiene una asombrosa facilidad y predisposición para otorgar psiquismo incluso a objetos que carecen de el. Basta observar en una pantalla a un círculo moverse detrás de un cuadrado, para que inmediatamente lo percibamos en términos mentalistas: el círculo persigue con insistencia al cuadrado como si tuviera intención de alcanzarlo. Y conscientemente sabemos que no hay psiquismo por ningún lado, sólo 15 líneas de código en VisualBasic. Quizá sea el mismo mecanismo que ha llevado al hombre a creer e la existencia de fuerzas supremas o incluso paranormales.
Es necesario detenerse un momento. Nos hemos perdido algo en este recorrido de la piedra al Homo sapiens. La piedra estaba hecha de ciegas moléculas físicas, no cabía esperar nada extraordinario. ¿Acaso las moléculas de la cucaracha o incluso de los humanos son distintas y menos ciegas? ¿llevan incorporado algún componente del que emanan la conducta, las sensaciones, la conciencia? Pues no, la ciencia dice que están hechas de átomos comunes, los mismos que existen en el universo (al menos conocido por el hombre) es decir, de la tabla periódica. Así que el desafío es grandioso porque parafraseando al filósofo norteamericano John Searle (2000, p. 37-38) "toda nuestra vida mental está causada por la conducta de neuronas y todo lo que éstas hacen es incrementar o disminuir sus tasas de disparos. El inconveniente es este: ¿Cómo es posible que disparos neurales físicos, objetivos, cuantitativamente describibles, causen experiencias cualitativas, privadas, subjetivas?. En realidad esta pregunta es esencial en distintas variantes, es la que se ha formulado la humanidad desde siempre y ocupa el núcleo del dilema mente - cuerpo o, más concretamente, mente - cerebro. Dicho de forma breve ¿Cómo el cerebro crea una mente o incluso una simple sensación? ¿Cómo se pasa de la electroquímica al pensamiento?
Problema mente-cerebro: el filósofo John Searle lo plantea así: "¿Como es posible que disparos neuronales físicos, objetivos, cualitativamente describibles causen experiencias cualitativas, privadas y subjetivas?"